PRIORIDADES
REINDUSTRIALIZANDO A EE.UU.
La liberalización del comercio con China llevó a la destrucción del núcleo industrial de nuestro país. Aniquiló todo un sector laboral, disminuyendo la base manufacturera de nuestra nación y eliminando millones de empleos estables y productivos. Los efectos tanto en las familias norteamericanas como en nuestras comunidades son impactantes. Dejó a EE.UU. incapaz de producir bienes vitales.
EE.UU. no se desindustrializó de la noche a la mañana. Más bien, fue un proceso de décadas construido sobre un fallido consenso bipartidista que creía que una economía global integrada y una mayor eficiencia del mercado conduciría a la prosperidad económica. Y así fue, para la bolsa de valores. Pero no para las comunidades vaciadas por el comercio global.
EE.UU. no se desindustrializó de la noche a la mañana. Más bien, fue un proceso de décadas construido sobre un fallido consenso bipartidista que creía que una economía global integrada y una mayor eficiencia del mercado conduciría a la prosperidad económica. Y así fue, para la bolsa de valores. Pero no para las comunidades vaciadas por el comercio global.
En muchos sentidos, las últimas tres décadas fueron un rechazo total de las tradiciones fundacionales de EE.UU. Desde el principio, existió el deseo de garantizar que la prosperidad de nuestro país no dependiera de ningúna otra nación. Para lograr ese objetivo de sentido común, EE.UU. necesitaba una economía industrial diversa. Fue esa capacidad industrial la que permitió a EE.UU. ganar la Segunda Guerra Mundial y sentar las bases para niveles de innovación sin precedentes.
A medida que esa capacidad se desvaneció con la globalización, también lo hicieron los beneficios que conlleva una economía que fabrica cosas. La financiarización de la economía estadounidense –si bien fue excelente para las ganancias corporativas y las ostentosas ganancias de la bolsa de valores– hizo poco para asegurar las bendiciones de la libertad para las familias trabajadoras de EE.UU.
Es hora de adoptar una política industrial pro-EE.UU. del siglo XXI. Eso requerirá un cambio fundamental en la forma en que las autoridades abordan la inversión interna, los incentivos (y desincentivos) federales, Wall Street y nuestra relación económica con China.
Es hora de adoptar una política industrial pro-EE.UU. del siglo XXI. Eso requerirá un cambio fundamental en la forma en que las autoridades abordan la inversión interna, los incentivos (y desincentivos) federales, Wall Street y nuestra relación económica con China.